Se pusieron inquietos, yo los vi. Pasaron por todos los rincones de la estancia. Todo empezó cuando ella entró en la sala, pero cuando dijo lo que tenía que decir, saltaron por la ventana, por la ventana que daba al jardín.
Mientras tanto, yo me quedé allí, en medio de la sala, desconcertado, sin entender qué había sucedido. Todo pareció quedarse mudo, el tiempo se detuvo y, por la espalda, me recorrió un escalofrío.
La dama que causó tal revuelo, ella que entró en la sala sin ser invitada, por nombre tiene la peor de las noticias. Ellos, que saltaron por la ventana, los que corrían como pollos sin cabeza por el jardín, eran mi ilusión, mis esperanzas y mis ganas de vivir.
La puerta de la estancia quedó entreabierta y, tras la peor de las noticias, entraron sigilosamente la congoja, el llanto, la incredulidad, la lástima y la pena. Formaron un corrillo: no hablan, pero no callan. Susurran, chismorrean, comentan y señalan.
Se creen que no las oigo, aunque lo hagan a mis espaldas. Sé que los que por el jardín andan corriendo terminarán por regresar, pero ya nada volverá a ser igual.

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