viernes, 15 de agosto de 2025

El otro lado del espejo


 


Me encuentro despierto, una noche más, desnudo, sentado en el borde de la cama, frente a frente al reflejo del espejo del armario. No consigo reconocer quién hay al otro lado. Ha vuelto a suceder esa extraña sensación de ser un globo hinchado. No hay dolor, pero me es imposible cerrar las manos. Es como si mis dedos hubieran aumentado de grosor, como si cada parte de mi cuerpo hubiese recibido aire de más, aunque a la vez noto como si me apretaran desde fuera: presión en cada centímetro de mi piel, como si alguien invisible apretase mis manos, mis pies, mis brazos y piernas.


Otra vez, despierto mientras todos duermen y descansan. Otra vez, siento bullir los pensamientos en mi cabeza: bombardeo de preguntas sin respuesta. Mi único consuelo es el agua fría del grifo en mi cara. Mojo mi cabeza y mi cuello, intentando centrar el torrente de ideas en una sola. Mejor una ducha. Froto todo mi cuerpo con la esponja, intentando desprenderme de cada grano, mota o sensación de suciedad. Qué agradable y reconfortante es el olor a limpio. Lástima que dure tan poco.


La luz blanca del baño duele; mis ojos apenas pueden abrirse y vuelvo a sentir que quien me mira desde el otro lado del espejo no soy yo. Es el mismo reflejo que me ha acompañado toda mi vida, ese mismo que sale en mis fotos, pero cada día lo noto como un extraño. Es alguien que ríe cuando yo quiero llorar; es alguien que habla y dice cosas que yo no siento; que cruza miradas cuando yo solo quiero cerrar los ojos. Ese rostro que se cuida y se acicala para que los otros no se percaten de todo lo que esconde: una máscara que cada vez me oprime más, que noto cómo se va rompiendo en pedazos.


Quisiera hacer partícipe de todo lo que me acontece a mis seres queridos, pero si yo no entiendo qué me pasa, ¿cómo pretendo conseguir que ellos lo entiendan? No se trata de un brazo roto ni de un dolor de muelas. No es una jaqueca ni una mala digestión. No es una enfermedad de la cual esperar cura.


Siempre sujeto a la dualidad de la vida, perspectiva en la que no encajo. Todo es bueno o malo, todo ha de estar frío o caliente, estar vivo o muerto, arriba o abajo, blanco o negro, hombre o mujer. Cuando todo se torna gris, cuando solo percibo lo templado, cuando todo confluye en el medio, cuando estás muerto en vida, cuando ni lo bueno es tan bueno ni lo malo tan malo. Cuando te identifican como masculino y te sientes femenina.


Sigo esperando ese click que lo desencadene todo. Quisiera encontrar ese interruptor para encender mi vida y poder salir a la luz, mostrarme tal y como soy, sin importar el “qué dirán”. Hace tiempo que busco el cómo, el cuándo y el dónde. He lanzado miles de gritos de socorro que no llegaron a buen puerto.


Soy un náufrago a la espera de ser rescatado, un gusano que lucha en el capullo por convertirse en mariposa.

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